Que una novela se presente como «delirio fronterizo de traca y música de banda», parece sugerir una buena dosis de humor, al punto corroborado ya desde el inicio por uno de los personajes que porta la línea argumental. Si bien con relevantes matices. Humorada con erre en la que uno debiera pararse a pensar de qué se está riendo, en palabras de Ángel García Ronda, escritor y presidente del Ateneo Guipuzcoano. De cierto regusto esperpéntico y eco berlanguiano, según Unai García, locutor de radio y actor. Y de humor triste para el autor que suscribe, por cuanto se le hace que toda comedia surge del reconocimiento de la impotencia humana por siquiera rozar la felicidad.

Pues todo aquí parece contribuir a una imposible pretensión: las dos obsesiones de los habitantes de Solano del Puerto, imprecisa localidad del Alto Pirineo, entre su aislamiento geográfico y la aspiración de ascenso de su club de fútbol; el desarrollo de unas urbanizaciones al calor del descubrimiento de un yacimiento arqueológico promovidas por el alcalde y presidente del club como vía rápida de financiación; la intervención de una periodista local y el preparador de los juveniles en el yacimiento, alterando ciertas piezas del siglo IV con inscripciones en fabla local que, de la noche del olvido a la mañana de la ocurrencia, se convertiría en la lengua románica más antigua conocida.

Y es que tal pretensión no es otra que la de crear la realidad a partir del propio deseo, por medio de la palabra, el rumor, o de la mirada. O de ambas. Ni qué decir que en vano.