Él es un mocoso pecoso, rijoso, revoltoso y latoso. Ella, una chiquilla marisabidilla, cotilla y vivarachilla. Al fondo, blanco, enlutada e informe silueta. Rodeados de enorme cantidad de juguetes a los que ni puñetero caso, ambos ponen todo su empeño en dibujar sobre nubes de folios que vuelan y se posan sin parar…
ELLA – (mostrándole un apaño de «Charlie Brown») Mira: te he dibujado. Tú eres Charlie. La misma cara de lelo yanqui de los cincuenta.
ÉL – Calla, botija. Tú si que eres Charlie. (mostrándole el suyo) Mira: con Snoopy y todo, que te llena de babas.
ELLA – (mostrándole otro) Pues toma: con mantita azul de psicoanálisis.
ÉL – ¡Me meo yo en la Psicopedajodía! ¡Que no soy Charlie!
ELLA – ¡Pues anda que yo!…
VOZ – (de adulto, atronadora, procedente de la silueta) ¡A callarse, coño!
ÉL – ¡Es que no soy Charlie!
ELLA – ¡Ni yo! Pero podemos dibujar como para partirse el culo de risa.
VOZ – Sólo naturaleza muerta. Y en silencio. Sin risas.
ÉL – No. Tengo una idea mejor: ¡te dibujaremos a ti!
ELLA – Con toga de arúspice…
ÉL – Y barbas de chivo.
ELLA – Estarás de traca. Ja, Ja, ja.
Y en tanto van dibujando y estallando de risa, a sus trazos la enlutada silueta va tomando siniestra forma parca que se yergue a sus espaldas, enarbolando un enorme dalle. Pásase a degüello el pulgar de la mano libre por su oscuro gollete. Ahí, justo a la par, gritan horrorizados los críos agarrándose en vano sus pescuezos, trágicos pétalos, que se abren en flores de sangre…
VOZ – Ahora, por fin, ya sois Charlie…
A Charlie Hebdo, siempre vivo.